Es una periodista que navega con
bandera de "plural", pero en redes sociales en las últimas semanas le
han dicho de todo: parcial, manipuladora, mentirosa, poco profesional. Pero
todos esos argumentos en contra de su actitud parcial, a favor de MORENA y del
PRD, y todos esos señalamientos de que azuzó a las turbas pejistas para hacer
marchas y plantones contra la Reforma Energética, se quedan cortos con un libro
que comenzó a circular este fin de año y que dará de qué hablar en los próximos
meses. En esa obra, su autor, Marco Levario Turcott, propone un juicio crítico
al periodismo que se hace a espaldas de lo que se enseña en las escuelas de
comunicación: carente de ética y de rigor. Periodismo que no informa, sino que
acusa y sentencia "en caliente", sin pruebas. Periodismo
irresponsable. Una lectura muy recomendable para que nosotros, LAS MAYORIAS,
ubiquemos bien a las Adelitas de la izquierda, a los "encapuchados"
radicales de los medios de comunicación.
El periodismo de ficción de Carmen Aristegui
Por MARCO LEVARIO
TURCOTT
Introducción
María
del Carmen Aristegui Flores es un referente del periodismo mexicano, en
particular, del cuadrante radiofónico. Su talante informativo y sus
apreciaciones editoriales forman parte de la pluralidad que, vistos en
conjunto, integran los medios de comunicación.
Son
indudables la notoriedad y la influencia pública de aquella profesional de la
información, entre otras razones porque su trayectoria acompañó a la transición
democrática que, junto con el arribo de leyes electorales que cada vez
garantizan más la equidad en las reñidas competencias entre los partidos, así
como la confiabilidad de los resultados en las urnas, implicó desvanecer los
proverbiales mecanismos de control que antaño, durante el viejo régimen
autoritario, uniformaron noticias y opiniones.
Ahora,
en el actual campo mediático, Carmen Aristegui también nutre la oferta del
recuento de los acontecimientos y sus interpretaciones. Incluso su perfil
destaca por cuestionar a los medios de comunicación –sobre todo al “duopolio
televisivo” y en especial a Televisa–, aparte de su enfoque crítico de los
procesos electorales y sus actores, entre otros tópicos. Quien pretende
informarse y conocer una óptica relevante sobre los hechos ha de sintonizar sus
programas de radiodifusión en MVS y CNN, además de revisar sus artículos en el
diario Reforma. Así lo comprenden considerables franjas de audiencias y lectores
igual que las personalidades públicas que acuden a sus micrófonos.
Como
sucede con cualquier actividad subjetiva, la vocación periodística de Carmen
Aristegui muestra claroscuros. Atenernos a ellos no solo obliga al diagnóstico
mesurado de su trabajo, sino a comprender qué relieves, sesgos y omisiones son
parte –acaso inevitable– del ejercicio de informar y expresar el pensamiento, e
incluso, dentro de esas valoraciones, seleccionar lo que se quiere decir y
hasta resguardarlo.
Ahora
buena parte del intercambio público en el país discurre sobre la base de cómo
mejorar la calidad de la democracia, y un palpable testigo de ello es la (casi)
permanente discusión sobre las vueltas de tuerca que vale la pena dar al
andamiaje electoral. Otro registro de ello es la evaluación sistemática de los
contenidos de los medios: la dinámica de la esfera pública mexicana ha ido
asentando la costumbre de revisar y polemizar en torno de partes noticiosos, lo
mismo acerca de palmarias revelaciones fruto de la averiguación periodística
que aquellas embozadas como si fueran descubrimientos y que luego empequeñecen
en bulos producto de la ignorancia o la encomienda. Puede decirse que a
contracorriente de la escasa disposición a la crítica de parte de las empresas
de medios y los profesionales de la comunicación, ya se abrió el camino (y creo
que no tiene reversa) de la verificación social del trabajo informativo y de
opinión.
En
el terreno de las noticias y la libertad los periodistas delinean formatos,
estilos, prioridades temáticas y énfasis editoriales para diferenciarse de
otros y abrirse paso en el mercado. El bagaje profesional de Carmen Aristegui
se singulariza porque la sitúa a ella al centro de las noticias y a la
reflexión que le suscitan. Ella misma lo plantearía durante una entrevista que
concedió al periódico La Jornada el 4 de julio de 2005, a propósito del inicio
de su nuevo programa de televisión en CNN llamado “Carmen Aristegui”:
“Yo soy la directora del
programa; éste es un acuerdo que hemos establecido desde una perspectiva
mexicana (...). Es evidente que siempre estaremos en conversación con el medio,
pero la dirección o la voz cantante, (...) es la de la periodista que está”.
Esa
“perspectiva mexicana” del telediario reproduce en realidad el modelo del
“Periodista estrella” surgido en Estados Unidos desde principios de los
sesentas y se estructura, en efecto, sobre la base de un presentador único (el
anchorman u hombre ancla), como lo fue en su momento Walter Cronkite (CBS) y
más tarde Barbara Walters (NCB).
Ignacio
Ramonet lo describe así en “La tiranía de la comunicación”:
“Lo importante ya no es
la situación en Argelia, en Bosnia o en Ruanda, sino cómo Dan Rather o
cualquier otro presentador va a reaccionar ante estas situaciones. El
periodista pasa a ser la voz principal. Y deja al público impresionado por su
maestría intelectual (...) El presentador se convierte así en el narrador
omnisciente del folletín de la vida. Multiplica los seudoacontecimientos (una
falsa noticia más una rectificación equivalen a dos informaciones y dan,
además, apariencia de seriedad) no dudando en provocar él mismo los hechos
sobre los que, a continuación, reflexiona. Él es, finalmente, garantía de la
credibilidad del telediario... El público confía en él, lo que dice es la
verdad”.
*
(Temas de debate, 1998;
páginas 97 y 101)
Cabe
decir que poco más de medio siglo después de nacido el formato del “Periodista
estrella” han surgido otros modelos delineados desde la organización horizontal
en las salas de redacción de la prensa y los medios radiodifusores.
Independientemente de que descreo de la luz fulgurante de las estrellas
mediáticas, las de cualquier canal televisivo, cabina radiofónica y espacio de
prensa, la voz cantante es, sin embargo, uno de los arquetipos más distinguidos
del espacio público y Carmen Aristegui figura entre ellos, tanto, que ha
recibido varios reconocimientos (uno de los más recientes, la Condecoración
Orden de la Legión de Honor en grado de Caballero que le otorgó el Gobierno de
la República Francesa en julio de 2012). El modelo del periodista como centro
de la noticia, en este caso, ha sobresalido entre otras por las siguientes
coordenadas. Todas remiten a la forma en como Aristegui construye su propia
imagen:
1)
Porque en el recuento de las noticias selecciona temas y posiciona la mirada
incisiva que redunda en empatía con amplias franjas del público e impacta en el
debate político, lo que la sitúa como interlocutora de los actores principales;
2) porque alude asiduamente a ideas incontrovertibles: códigos éticos o
principios deontológicos, y a prontuarios incuestionables: el derecho a saber,
la obligación de informar, la convicción por el análisis y la pluralidad, así
como el respeto al derecho de réplica, entre otros; 3) porque la desconfianza
que tienen los asuntos públicos en importantes capas sociales encuentra asidero
en opiniones y preguntas que buscan escudriñar en lo que hay detrás del hecho
que siempre o casi siempre “podría ser grave” o “muy delicado”; 4) porque la
actitud crítica no opera en abstracto sino que enfatiza en determinados actores
en tanto que ese talante no lo ejerce con otros y, 5) porque todos estos
dispositivos argumentales le permiten dibujar de sí un estereotipo distinto y
distante del periodismo que hacen otros, con la férula de la veracidad
informativa.
Los
periodistas registran acontecimientos, los indagan e inquieren explicaciones de
otros y, simultáneamente, ofrecen también sus consideraciones. Eso es parte
esencial del trabajo informativo. También lo es que, en el crisol de las valoraciones
públicas, se examine a los medios y a los profesionales de la comunicación, más
aún: hacerlo es imprescindible dada la centralidad que éstos tienen en las
sociedades contemporáneas. Este párrafo que se escribe fácil ha orientado mi
carrera durante 23 años sin ninguna otra licencia más que la de conducir mis
reflexiones y lograr intercambios al respecto.
En
este libro analizo algunos contenidos de la labor periodística de Carmen
Aristegui por las razones antedichas. También porque forma parte de un estudio
tan vasto como me ha sido posible de todos los medios mexicanos, lo cual
desembocó en tres libros míos y dos en coautoría, además de dirigir la revista
etcétera –especializada en estos tópicos– desde hace casi 13 años, junto a
otras actividades académicas. Las dos principales televisoras del país han sido
temas recurrentes en la aspiración de diversificar contenidos en las pantallas
y abrir el mercado a la competencia; la oferta de los programas de radio en
contextos internos y de noticias significativas (en ese itinerario la búsqueda
porque las radios comunitarias sean reconocidas en el marco legal); el estudio
de la prensa en múltiples vicisitudes así como, recientemente, de las nuevas
plataformas de Internet y la llamada web 2.0. Y a propósito del asombroso
despliegue tecnológico que ahora presenciamos a escala planetaria, a este autor
le entusiasma aportar a la disolución del monopolio de las telecomunicaciones
que impera en México.
En
ese marco encuentro la pertinencia de reflexionar el periodismo de Carmen
Aristegui que se supone a sí mismo, y así se propone, como alternativo.
Incluso, lo hago para mirar la raíz de esa definición –la del periodismo
alternativo– y empezar desde ahí una exposición que considera que en el amplio
abanico que configuran los medios no existe nada más una opción, sino múltiples
y tan heterogéneas como lo es el propio tejido social del país. En otro orden
de análisis, claro, se ubican los desiguales niveles de calidad informativa si
a ésta la valoramos acudiendo a indicadores de veracidad, investigación y rigor
intelectual en la interpretación de los orígenes, y la trascendencia de los
acontecimientos, además de otras variables que en cada capítulo utilizo como
herramientas para el diagnóstico.
En
el contexto de la libertad de expresión obtenida a pulso por el trabajo diario
de los medios de comunicación constatamos avances indudables, rémoras
preocupantes y retos formidables; el periodismo de Carmen Aristegui no está
distante de estos contrastes. El protagonismo personal por encima de la noticia
es una línea que entrecruza los siete capítulos, y ello a menudo modifica la
información en resortes que generan sensaciones de fiabilidad o de creencia sin
más soporte que las elucubraciones de la voz emisora (que a menudo acompaña con
los términos “presunto”, “habría”, “supuesto”, “sería” o “probables vínculos”).
De ahí que otra coordenada que atraviesa al libro sea la preeminente opinión de
la conductora respecto del registro de los acontecimientos (para constatarlo el
lector dispondrá de cifras y datos que resultan de un acurado monitoreo). Esa
actitud frente al micrófono implica a veces la dilución definitiva del hecho en
el entramado de las conjeturas y sus aliteraciones permanentes.
El
primer capítulo es “Estridencia por la W Radio”. Permite asomarnos a las
relaciones entre las empresas de la comunicación y los periodistas, con el
ejemplo específico de mi objeto de estudio. Narra un desacuerdo entre la
radioemisora W y Carmen Aristegui que, en enero de 2008, llevó a las partes a
anunciar la terminación del contrato laboral. La empresa proponía un modelo de
organización horizontal y la comunicadora insistió en el formato de “La voz
cantante”. El 4 de enero de aquel año, la conductora dijo a la audiencia que
“la explicación esencial es que el modelo editorial que hemos practicado a lo
largo de estos años en W Radio es incompatible con el modelo de la dirección
editorial que la propia empresa (...) ha experimentado en otros lugares y que le
ha dado los resultados que desea para W Radio en México”. Entonces, la
desaveniencia parecía la conclusión normal de una etapa de trabajo que además
registró recíprocas muestras de gratitud y respeto.
*
Sin
embargo, la civilidad pronto fue rota con el arribo de los simpatizantes de la
periodista y la artillería pesada que, en la revista Proceso, aludió a una
“Historia de represión” sin basarse en una sola prueba y ofreciendo solo la
versión de la comunicadora; otras adhesiones deploraron la pérdida del espacio
“plural” que significaba el noticiero cuando, en realidad, sus contenidos
reflejan las opiniones de la conductora con las que se identifican plenamente
los analistas a quienes convoca (entre la molicie incluso hubo quien señaló que
la sonrisa de la periodista era un motivo más para querer la patria). Frente al
respaldo que consideró inesperado, Aristegui ejerció su “derecho a la
suspicacia” (así lo dijo) y advirtió que había sido víctima de la censura
aunque con esa sentencia tardía –es decir, que no expresó ante los micrófonos
de la W– dejara de reparar en la reputación de los directivos de la estación,
periodistas también ellos. Por cierto, entre sus declaraciones negó que ella
obtuviera un porcentaje de la comercialización informativa –deslindándose de lo
que hacen otros colegas– y en efecto, solo recibía un salario de cerca de 300
mil pesos mensuales, aunque rápido cambiara de opinión: el contrato que luego
firmaría con MVS Comunicaciones para conducir el noticiero “Primera emisión con
Carmen Aristegui” le asigna un porcentaje de la publicidad que difunde el
programa.
Repare
el lector en que todo esto también implica la construcción de una imagen. Más
aún cuando la propia Carmen Aristegui buscó trascenderse a ella misma y
advirtió que todo esto iba más allá de la circunstancia personal y la de su
equipo porque, desde ese enfoque, su despido más bien trastocaba a la libertad
de expresión en aras de la existencia de una misma visión de las cosas; de ahí
que junto con ella éramos víctimas los ciudadanos, la democracia. No obstante
la formidable carga ideológica e incluso propagandística que esto tiene, el
asunto remite a desaveniencias conceptuales y entonces laborales, entre una
empresa de comunicación y una periodista que años atrás, por cierto, tenía una
visión diametralmente diferente del modelo informativo y empresarial. Así lo
manifestó el 9 de febrero de 2002 durante una charla con la revista Telemundo:
“Las mejores organizaciones en el mundo son cada vez más horizontales”.
El
siguiente capítulo es “El presunto alcoholismo de Calderón”. Su marco
conceptual establece definiciones teóricas y las contrasta con varias de las
costumbres más arraigadas que hieren al periodismo: 1) no ceñirse al hecho sino
a las declaraciones que lo presumen; 2) erigirse en portavoz de quienes suponen
o sostienen con supuestos ese hecho (con la consecuencia automática de obtener
respaldo de quienes lo esparcen); 3) inquirir la respuesta de quien es
involucrado en ese presunto hecho y no preguntar a quienes lo difunden; 4) guiarse
mediante sospechas y no definir pautas de verificación y, 5) la transgresión
ética de emplear tiempos condicionales (“sería” o “habría”, por ejemplo).
El
estudio de caso parte de cuando, en febrero de 2011, junto con otros
legisladores, el diputado Gerardo Fernández Noroña irrumpió en el recinto de
San Lázaro con una manta en la que afirma que el entonces presidente de México,
Felipe Calderón, era alcohólico. Ese dicho más la “percepción” de Aristegui
acerca de lo que se decía al respecto en las redes sociales, la condujo a pedir
una respuesta clara, nítida y formal de la Presidencia. Y lo hizo sin tener un
solo hecho, ni siquiera un indicio y nada más con la cuña discursiva del empleo
de tiempos condicionales, transgrediendo la obligación ética de recurrir al
vocablo exacto.
Aristegui
fue despedida de MVS y entonces emprendió una ruta similar a cuando terminó su
contrato con la W: el tema toral no era su persona, según advirtió, sino la
libertad de expresión y la democracia del país que, desde su óptica, penden de
un hilo cada que ella tiene disensos con la empresa que la contrata.
La
periodista fue reinstalada tras un periplo que condujo a otra situación año y
medio después, cuando los dueños de MVS denunciaron que el Gobierno Federal
había intervenido en el despido de Aristegui; los señalamientos de Joaquín
Vargas, presidente del Consejo de Administración, ocurrieron precisamente
cuando el gobierno anunció el rescate de las concesiones de la banda 2.5 Ghz,
lo cual afectaba a MVS que concentra el 63.8% de esas concesiones. La historia
motiva a la reflexión sobre las relaciones truculentas entre el poder público y
las empresas mediáticas, en particular, las radiodifusoras, en ausencia de un
marco normativo y legal que las regule.
El
tercer capítulo titula “De Aquino, el impostor y la farsa informativa”.
Constituye un ejemplo excepcional del comunicador vuelto protagonista político
en el marco de procesos electorales y que, para ello, acude a versiones de
quien implica en quebrantos legales a otros. Eso fue lo que ocurrió desde el 14
de junio de 2012, cuando fue divulgada la demanda de fraude que interpuso un
empresario llamado José Luis Ponce De Aquino contra varios miembros del equipo
del entonces candidato del PRI a la Presidencia, Enrique Peña Nieto, hasta casi
seis meses después que quedó de manifiesto que en realidad De Aquino era un
estafador y que ni su nombre resultó cierto.
En
“El periodismo herido”, José Manuel de Pablos Coello señala que una de las
ventajas del periodismo de investigación es que hace innecesarias la exposición
de juicios de valor o las sugerencias entre líneas a modo de que las audiencias
hagan conclusiones precipitadas. La infracción de estos principios éticos y
profesionales, dice el autor, conducen regularmente al comunicador a proponer
una alianza a las audiencias para dirigirse juntos contra el sujeto denunciado
por medio de suposiciones. La actitud es muy peligrosa, advierte De Pablos, ya
que “será imperdonable cuando más adelante todo quede aclarado y aquellas
actuaciones tan poco profesionales y nada recomendables queden al descubierto”.
(Foca, 2001, pag. 74)
*
Lo
anterior fue exactamente lo que sucedió en el programa de Aristegui. El
tratamiento informativo del noticiero confirió verosimilitud al declarante y
dentro de su línea editorial afirmó que el testimonio era la primera pista de
la existencia de una estructura financiera alterna, ilegal, construída por el
PRI para el proceso electoral federal de 2012. El tema tuvo un espacio muy
destacado en el noticiero durante casi seis meses hasta que, primero, una corte
estadounidense resolvió que la querella de De Aquino era “frívola” y carente de
fundamento de derecho y, luego, la autoridad electoral mexicana mostrara sus
incongruencias (que el mismo quejoso exhibió en el programa de MVS sin recibir
réplicas de la conductora). El noticiero expuso al detalle la demanda aunque no
hizo lo mismo cuando se esclareció. Dicho de otro modo: este también es un caso
emblemático del “periodismo de suspenso”, que Pablos Coello enmarca cuando los
comunicadores explican con detalle la incógnita planteada –agrego, sugiriendo
que es un hecho– pero después ya no siguen con la historia, cuyo desenlace deja
en suspenso a las audiencias (o, en el peor de los casos, en la creencia de que
fue un hecho y que solo se trató de una batalla perdida por la periodista
valiente). El quid es que “la incógnita queda abierta... y el periodismo
herido”. (pág. 70)
El
cuarto capítulo es “Soriana. Falsos premios en tarjetas”. En el decurso de esta
historia queda consolidada la postura editorial de cuestionar el proceso
electoral federal de 2012 y la probidad de la autoridad que lo conduce; también
son claras las críticas contra uno de los partidos contendientes, así como los
alineamientos en favor de otros. Es el periodismo de facción que Aristegui no
admite como tal; incluso, en la ingeniería de la construcción de su imagen, la
periodista se deslinda de ello (aunque los tiempos que empleó en la cobertura
periodística y sus comentarios la desmientan a ella misma).
Aquí
el lector encontrará la reseña puntual de situaciones cúspide de la militancia
política de esa forma de hacer periodismo. Comprobará la armonía entre
discursos propagandísticos, partes informativos y consideraciones editoriales,
y, en varios casos, verificará el empleo de los mismos términos para aludir a
un supuesto fraude electoral. En esta ocasión, la alianza propuesta a las
audiencias es sobre la desconfianza en la ley y la equidad electoral, en los
resultados de las urnas y en las resoluciones del IFE. Para sostener la
encomienda, el bagaje informativo del noticiero omitió el detalle de los
dictámenes de la autoridad electoral en contraste con la profusión con que
difundió las impugnaciones, sesgó las respuestas de los actores acusados, en
este caso el PRI y la cadena de tiendas Soriana, en tanto que los colaboradores
analistas coincidieron básicamente en los mismos términos con la voz cantante
del programa.
El
Movimiento Progresista que impulsó la candidatura de Andrés Manuel López
Obrador tuvo como referente informativo al matutino de MVS en tanto que su
conductora nutrió y amplificó las denuncias de esta opción de izquierda. La
mancuerna es entendible como parte de las definiciones políticas a que tienen
derecho las empresas mediáticas y los periodistas, pero en este caso el cuidado
de la imagen de la directora del noticiero estuvo por encima de ello y el 30 de
julio de 2012 Aristegui interpuso un recurso de queja ante el IFE para que no
transmitiera un spot del Movimiento Progresista, donde se escucha su voz
aludiendo al probable lavado de dinero en el que podría estar incurriendo el
PRI. En su alegato, que fue de las pocas veces que en ese proceso se solicitó
la censura previa, Carmen Aristegui señaló que esto le generaba el riesgo de
que su imagen fuera lastimada porque se le podría vincular con el Movimiento
Progresista. El anuncio se transmitió. (Para conocer con mayor precisión la
norma que orientó decisiones como ésta remito a “La reforma electoral de
2007-08 y la libertad de expresión”, de mi autoría. Colección cuadernos para el
Debate. IFE, junio de 2012).
El
quinto capítulo es “Un escándalo llamado Monexgate”. Su campo teórico define
los rasgos principales de los escándalos políticos en las sociedades modernas y
el papel de los medios para detonarlos. Atiendo en específico a la denuncia del
PAN contra el PRI, ocurrida el 25 de junio de 2012, sobre una supuesta
infracción del procedimiento debido que establecen las normas y los procesos
que regulan la disputa por el poder a través de las competencias electorales.
Salvo situaciones concretas que advierto al lector claramente, me abstengo de
opinar acerca de la resolución que tomó el IFE al respecto, porque no soy
experto en esos temas y porque el terreno de análisis es la revisión de los
contenidos informativos y editoriales del noticiero matutino de MVS y su
directora.
Atenida
nuevamente a las declaraciones, Carmen Aristegui otorgó verosimilitud a la
denuncia del PAN (que entre otros argumentos se apoyó en la demanda de José
Luis Ponce De Aquino, entonces en boga). Ésta consistió en afirmar que el PRI
diseñó una estructura financiera paralela, es decir ilegal, que sería operada
desde un banco llamado Monex mediante un formidable flujo de recursos que,
además, rebasaba el tope de gastos de campaña que la ley establece. Días
después, el Movimiento Progresista secundó la inconformidad.
Tras
conferir confianza a los alegatos del PAN y el Movimiento Progresista, la
periodista de MVS se sumó a la demanda de “congelar las cuentas de Monex que se
presume formarían parte de una estructura paralela de la campaña del PRI en
toda la República para la utilización de los monederos Monex y dispersar
recursos en estas jornadas previas a la elección y en el propio día de la
elección”. Y en ese trayecto, para magnificar el asunto, Aristegui troqueló el
término atronador “Monexgate”, inspirándose en el famoso escándalo “Watergate”
detonado en Estados Unidos en junio de 1972. La desproporción que hay entre
ambos eventos es obvia aunque, para efectos propagandísticos, en ese espacio
informativo se creyó útil asociarlos.
El
sexto capítulo se llama “The Guardian ofrece disculpas a Televisa. SE LES CAYÓ
EL TEATRO”. Es una narración actualizada de la que publiqué enetcétera en marzo
de 2013. Trata de unas hojas enigmáticas que llegaron a varias redacciones
–entre otras, a la nuestra– a mediados de octubre de 2005. En esos papeles la
fuente oculta aseguró la existencia de un supuesto “Plan de trabajo” entre
Televisa y el entonces gobernador del Estado de México, Enrique Peña Nieto,
para impulsarlo a la Presidencia de México.
La
publicación que dirijo desechó el legajo. El 23 de octubre de 2005 el semanario
Proceso lo reprodujo textualmente con la firma del reportero Jenaro Villamil;
de inmediato etcétera advirtió la transgresión ética y, luego de las
proverbiales escaramuzas públicas provenientes de los alineamientos consabidos,
el tema aletargó. Siete años después resurgió durante el primer debate
presidencial, en mayo de 2012, cuando el entonces candidato presidencial del
Movimiento Progresista, Andrés Manuel López Obrador, mostró a las cámaras de
televisión los papeles sibilinos.
Pero
el escándalo resurgió cuando desde el extranjero, el 7 de junio, el país
recibió la noticia de que las hojas habían resucitado (con la misma marca de
siempre, sin probar nada, ni siquiera su autenticidad). Y es que las difundió
The Guardian, por medio de la reportera Jo Tuckman, hasta catapultarlas en el
intenso intercambió público de las campañas electorales y en algunos medios
que, como el de Carmen Aristegui, le dieron respaldo mediante conjeturas y
aliteraciones.
*
El
equipo de campaña del PRI replicó a The Guardian y lo mismo hizo Televisa que
además le exigió que se disculpara. El diario británico no se inmutó y defendió
el contenido de la nota a pesar de reconocer que no podía confirmar la
autenticidad de los papeles, incluso admitió que era imposible decir cuándo y
dónde fueron generados. Su justificación fue la cantidad y la variedad de los
documentos que les “sugería” autenticidad.
Dos
días después de la primera nota de The Guardian el PRD denunció ante el IFE al
PRI, Enrique Peña Nieto y Televisa, y los acusó de infraccionar el Código
Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales (Cofipe). El partido del
sol azteca presentó como pruebas partes periodísticas y sobre todo la nota del
rotativo británico que, según señaló el PRD, logró mostrar la autenticidad de
aquel citado plan de trabajo (aunque la reportera de The Guardian hubiera escrito
lo contrario). El 16 de agosto de 2012 el Consejo General del IFE declaró
infundado el recurso de queja y 12 días después el Tribunal Electoral del Poder
Judicial de la Federación (TEPJF) ratificó por unanimidad la resolución del
IFE.
A
mediados de septiembre Televisa promovió en Reino Unido dos cartas llamadas
“Protocol Letter”, que no llegaron a juicio porque los directivos The Guardian
comprendieron que éste les habría significado una fuerte sanción económica por
lo que, a diferencia de otros casos en los que decididamente han peleado en
tribunales, eludieron el litigio y acordaron con el consorcio mexicano. El
pacto, dado a conocer el 5 de febrero, incluyó que el poderoso diario inglés
ofreciera disculpas a Televisa.
El
séptimo y último capítulo es “Una caravana ficticia en Nicaragua”. Éste fue el
hecho: el 20 de agosto de 2012 se detuvo en Nicaragua a 18 mexicanos que se
hacían pasar como periodistas de Televisa, a bordo de seis vehículos con el
logotipo de la empresa, que llevaban ocultos restos de cocaína y 9 millones 255
mil 631 dólares.
Al
ejercer su “derecho a la suspicacia” y mediante el empleo de los vocablos
condicionantes que le son característicos, el tratamiento informativo de
Aristegui expandió la posibilidad de que el consorcio televisivo “pudiera
estar” implicado en actos delictivos y deslizó la sospecha e incluso en el
tratamiento editorial de las notas informativas lo planteó expresamente al
motejar el tema como “La caravana Televisa”.
Entre
la ambigüedad de los términos “sería o probable”, que registran el esfuerzo de
sugerir y simultáneamente deslindarse, la periodista acompasó sus conjeturas
dentro del noticiero con simulaciones de investigación, por ejemplo, cuando
presentó como tal lo que era parte del expediente judicial nicaraguense y cuya
selección, fuera de contexto, establecía la insidia. También acompañó su
postura con los cuestionamientos –sin anteponer datos, indicios o cualquier
otro soporte– a las autoridades mexicanas y a la fiscalía de Nicaragua, cuyas
investigaciones desde el inicio dejaron claro que Televisa nada tenía que ver
con los criminales. Lo menos importante en el noticiero de MVS fue la
información.
Con
las aliteraciones de siempre cada que un tema le llama mucho la atención, la
periodista al final presenció cómo, dramáticamente, el asunto también se le
desvaneció. Éste en particular muestra de manera rotunda los riesgos del
periodismo de declaraciones, militante y de opinión. La periodista salió
incólume de cualquier modo en quienes no requieren más que los presuntos para
decretar la realidad.
La
directora del noticiero de MVS ejerció su “derecho a la suspicacia” como si
éste en sí mismo fuera principio periodístico e intelectual y no coartada para
sustentar consignas. En la democracia, por supuesto, cada quien tiene derecho a
la suspicacia, lo reprobable es que ello conduzca a transgredir principios
éticos y profesionales, e incluso otros derechos, por ejemplo el de réplica, el
cual conculcó también con el autor de este libro en la ocasión que narro enseguida.
El
jueves 8 de noviembre de 2012, participé en un programa de Foro TV, donde
critiqué el tratamiento informativo y editorial que la periodista dio a este
tema. Al día siguiente, el olfato de Carmen Aristegui la orientó a decir esto:
“(...) Carlos Salinas de
Gortari, por lo que se ve en Foro TV, tiene una gran influencia en la
televisora, por lo menos en su filosofía y en su manera de pensar si me atengo
a las cosas que se dijeron ayer en Foro TV de nuestro espacio informativo. Hay
un olor a Salinas impresionante”.
El
mismo viernes por la vía telefónica solicité mi derecho de réplica a Felipe
Chao Ebergenyi, vicepresidente de Relaciones Institucionales y Comunicación
Corporativa de MVS. El lunes 12 en la tarde Chao comentó que mi petición fue
denegada ya que Aristegui y el ombudsman del programa dijeron que mi nombre no
había sido mencionado.
No
tuve posibilidad de decir a la audiencia de MVS que solo he visto una vez al ex
presidente de México, hace 13 años aproximadamente, por lo que no solo ignoro a
qué huele, sino ante todo, como lo muestra mi carrera profesional, no tiene
influencia en mí su filosofía o forma de pensar.
A
diferencia de Carmen Aristegui, por cierto, que en 1987 formó parte del equipo
de campaña de Carlos Salinas de Gortari en su aspiración por llegar a la
Presidencia de México. En ese tiempo la joven de 23 años era una acuciosa
colaboradora de Otto Granados Roldán, el jefe de prensa del PRI.
Mientras
en la UNAM quien esto escribe impulsaba a Cuauhtémoc Cárdenas.
Pero
más allá de esa precisión, lo central en ese momento era, y en este también,
platicar sobre periodismo.
TOMADO DE LA
REVISTA ETCÉTERA: http://www.etcetera.com.mx/articulo.php?articulo=22514&pag=1
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La reforma energética es esperanzadora, pero no hay que cometer los errores del pasado
Las reformas puestas en marcha por el gobierno, pensando en el beneficio de México, tienen como objetivo fortalecer el libre mercado y que el Estado sólo sea regulador de la economía y no el dominante, como venía ocurriendo. Este análisis pone énfasis en los beneficios que habrá para el país cuando aterrice, sobre todo, la reforma energética. La compartimos, porque creemos que es deber de LAS MAYORIAS estar bien informadas.
Paradigma Económico
Por Jorge Sánchez Tello
Publicado en Organización Editorial Mexicana (OEM)
La capacidad de reformar y de construir consensos entre diferentes fuerzas políticas ha llevado a aprobar la Reforma Energética, sin duda es uno de los mayores cambios constitucionales en la historia de México. Sin embargo, sólo se ha dado el primer paso porque los detalles vendrán al momento de aplicar la reforma y es importante recordar que México necesita pasar de un Estado dominante en la economía a uno en donde solo sea regulador, porque para que exista el libre mercado se necesita de leyes que permitan a los participantes saber cómo serán las reglas del juego y su aplicación.
Los mercados no se vuelven eficientes y competitivos sólo porque se abre la economía a la competencia internacional, no se vuelven eficientes sólo porque se privatizan los activos del Estado y se desregulan las actividades económicas que desincentivan la inversión privada. Éstas son condiciones necesarias pero no suficientes.
La eficiencia y el funcionamiento óptimo de los mercados no son términos teóricos y abstractos. El mercado no es un mero lugar de la oferta y la demanda interactúa para producir sus equilibrios a partir de las decisiones de individuos que, desprovistos de su contexto histórico-cultural e institucional de cada sociedad, buscan maximizar su nivel de satisfacción. El mercado, es una institución que forma parte de un conjunto de condiciones que se recrean en un contexto histórico-social y político específico. Esto explica la creación e importancia de la Ley y su Comisión Federal de competencia en 1993 y en la actualidad se necesitará de alguna Comisión para el sector energético que sea autónoma y que garantice transparencia en las licitaciones a los contratos que se otorguen a la iniciativa privada.
Algunos análisis sobre la Reforma Energética hicieron comparaciones con Noruega, si bien es importante tenerlo como referencia, México no es Noruega y lo que nos hace diferentes es su Pacto Social. En Noruega las personas sí creen en la transparencia en la toma de decisiones de sus gobernantes, en México no porque la corrupción siempre ha estado presente en el manejo de los recursos públicos.
Además, es importante analizar el contexto en América Latina sobre lo que ocurre en el sector energético. La tendencia regional hacia la apertura a la inversión privada de los años noventa fue el resultado de las reformas de mercado que siguieron a las crisis fiscales de los años ochenta. Aunado a ello, la caída de los precios petroleros en el mercado internacional en ese momento ocasionó menos ingresos disponibles para financiar la inversión petrolera y es hasta el 2013 que México decide dar ese paso hacia la participación privada en el sector energético.
Después de la apertura a la inversión privada en América Latina, Argentina, Bolivia, Ecuador y Venezuela han renegado de los compromisos suscritos en contratos petroleros y han aumentado la participación del Estado sobre la producción. Por el contrario, países como Brasil, Colombia y Perú han fortalecido la credibilidad de su marco regulatorio en los últimos años con miras a hacerse más atractivos a la inversión privada cuya participación han buscado promover dentro del sector.
En Colombia, el declive de las reservas y la tendencia a la caída de la producción (hoy revertida) que le conducían a ser un importador neto, propiciaron iniciativas radicales para promover la inversión privada en el sector, que han dado resultados iniciales positivos.
México se enfrenta al gran desafío de modernizar el sector energético sin cometer los errores que otros países en América Latina han tenido, pero sí aprender de los casos de éxito. México no es Noruega y se debe tener cuidado en la apertura para que la corrupción en Pemex, CFE y en la administración pública no deterioren el intento de modernización del sector energético.
*Economista e investigador asociado de la FUNDEF
Twitter: @jorgeteilus
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