En todas las democracias, es importante conocer la opinión de las minorías y respetarlas. Pueden no tener razón en sus planteamientos, pero cuando tenemos propósitos comunes (la felicidad del ser humano es el más importante) puede haber con ellos coincidencias importantes que nos acercan a metas colectivas. Por eso, quienes somos MAYORÏA debemos lamentar la falta de rumbo que ha mostrado en los últimos días la izquierda mexicana. El analista Fernando Escalante analiza esta situación no sólo de falta de liderazgo, sino de rumbo claro y sobre todo, la ausencia de argumentos de la izquierda mexicana.
Oposición decorativa
Fernando Escalante Gonzalbo
Diario La Razón
La idea de saltarse los torniquetes del Metro, como forma de protesta por el aumento de precio, empieza por ser una tontería y termina resultando contraproducente, una llamarada de petate, absolutamente inútil para cualquier propósito. Como síntoma, tiene interés. El aumento de costo del transporte sería una buena ocasión para discutir problemas muy básicos del orden económico, como el poder adquisitivo de los salarios. A cambio, los muchachos escogen un happening trivial que consiste en saltar barreras. Qué risa.
A pesar de la juvenil irreverencia de los promotores, el gesto no tiene ninguna novedad. La lucha contra los torniquetes sigue el modelo de casi todas las protestas recientes de la izquierda institucional: es un acto puramente decorativo, una exhibición de fuerza que no conduce a nada ni se propone nada concreto, y que de entrada renuncia a articular un discurso en el espacio público. La CNTE puso el ejemplo con un plantón interminable, de objetivos cada vez más borrosos, rutinarios bloqueos de calles para exigir una negociación a puerta cerrada que de cualquier manera se arrastra semana tras semana. Algo similar ha sucedido con el cerco al poder legislativo convocado por el PRD y Morena. No podía conseguir nada, no tenía ningún objetivo, y terminó en vagas montoneras de unos cuantos centenares de gentes.
Pocas cosas habrá que desgasten más que una demostración de fuerza que no resulta. El problema es que nadie se atreve a cambiar de ruta, y es cada vez más difícil encontrar una salida.
La agitación extra parlamentaria es perfectamente lógica para Morena, porque no tiene representación en el congreso. Además, en la calle es donde alcanza López Obrador su mayor estatura —es su espacio natural. Para el PRD es exactamente al revés. En su caso, apostarlo todo a una movilización callejera de un año con miras a la posible consulta de 2015 es suicida. Y es irresponsable para con su electorado.
Insensiblemente, todos han ido adoptando un tono apocalíptico. El argumento es apenas un esquema —endeble, rudimentario, simplón. Todo el peso recae sobre un puñado de expresiones: robo, despojo, atraco, traición, entreguismo, saqueo, repetidas con insistencia machacona, enfática. No tiene misterio, todos intentan imitar la voz de López Obrador, pero a casi nadie le sale bien. En López es natural, ésa es su voz, es su forma de comunicar, y tiene una enorme eficacia en la calle. Pero en otros suena impostada, y sobre todo no sirve para articular un argumento medianamente sofisticado. El mayor problema es que a fuerza de insistir en el mismo tono, terminan entrampados en su retórica.
Para denunciar el atraco se hacen cálculos fantasiosos, según los cuales el Estado perderá más de 700 mil millones de dólares. Y se simplifica el razonamiento, corriendo todos los riesgos. Flores Olea, por ejemplo, explica así la reforma: “La privatización significa que los recursos pertenecen a quienes se apoderen de ellos, que son los que se enriquecen dejando sin nada al país”. Las mismas frases, y otras parecidas, van cerrando los márgenes de maniobra del partido. Si es así, si los gringos se van a robar la mitad de los ingresos del Estado, y el despojo ya se decidió, entonces hay una única batalla: la consulta popular, y ninguna otra cosa tiene importancia. Obedeciendo a esa lógica, el PRD optó encerrarse en el salón de plenos, abandonar el Pacto por México, retirarse de los espacios de negociación —porque con los traidores no se puede transigir. Y en esas estamos. Es una mala idea.
Para empezar, la consulta no va a ser el fin de nada. En el mejor de los casos, si procediera, si se convocara, si la pregunta se redactara como quiere el PRD, y si ganase el NO a la reforma, eso sólo significaría que habría que iniciar un nuevo proceso de reforma constitucional —mayoría calificada en ambas cámaras, mayoría de las legislaturas estatales. Y nada de eso podría hacerlo el PRD por su cuenta.
Pero sobre todo, la retórica catastrofista del “atraco consumado” impide ver lo obvio: no ha terminado el proceso legislativo, no se ha consumado nada. Y por eso es absurdo levantarse de la mesa, escoger la calle. La reforma sencillamente autoriza cierta clase de contratos. No los hace obligatorios, ni dice cuándo, cuántos, en qué condiciones, con quiénes. Los términos en que se vayan a firmar, si se firman, estarán en la legislación secundaria, que no se ha empezado a discutir. El PRD tiene la ocasión —yo diría que tiene la obligación— de incidir sobre la formulación de las reglas, procurar que los mecanismos de asignación, vigilancia y control sean los más ventajosos para el país. Lo demás son adornos.
En este momento, donde de verdad importa la presencia del PRD es en el congreso.
El texto puede ser consultado en http://www.razon.com.mx/spip.php?page=columnista&id_article=200080
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