martes, 12 de enero de 2016

Ni libertad de prensa ni libertad de empresa; Sean Penn y Kate del Castillo son cómplices del Chapo


Por Cecilia Sáenz
 
El encuentro entre el actor norteamericano Sean Penn y el narcotraficante Joaquín Guzmán Loera, reseñado en la revista norteamericana Rolling Stone, ha despertado un debate en los medios que tiene que ver sobre varios temas: corrupción, seguridad nacional y libertad de prensa.
 
En éste último caso, las opiniones se dividen; desde periodistas como Marco Levario Turcott, director de la revista Etcétera, que opinan que el encuentro pudo ser cualquier cosa pero no fue periodístico, hasta Ciro Gómez Leyva, quien no duda en calificar la publicación como periodismo, incluso, histórico.
 
También hay quienes le han endilgado a Sean Penn el papel de un simple soplón; es el caso de Julio Hernández, autor de la columna Astillero, en La Jornada, hasta ha bautizado un hashtag: #MiSeanCumplida, parafraseando el “misión cumplida” del tuit presidencial con que se anunció la recaptura del capo. Limitada su capacidad y su virtud de indagar, la prensa se vuelve una vocera del narco. Dice lo que la delincuencia quiere decir; no se le permite exponer lo que piensa la sociedad y contrastar versiones.
 
Lo que a los editores de este blog nos queda claro es que un periodismo que acepta condiciones del tipo “esta pregunta no me gusta, cámbiamela”, en realidad termina siendo utilizado, y es cuando el periodismo se vuelve propaganda.
 
No es la primera vez que lo vemos. Julio Scherer, el fundador de la revista Proceso, hizo el más grande ridículo periodístico de la historia del periodismo mexicano al presentar como una exclusiva un encuentro con el capo Ismael El Mayo Zambada, donde el ex director de Excélsior no pudo articular ninguna pregunta porque su “entrevistado” no lo dejó ejercer su libertad y su derecho a indagar.
 
Al final, por confesión del propio Scherer García, su participación en el encuentro se redujo a recomendarle al Mayo Zambada que saliera con gorra en lugar de sombrero en la foto que se habrían tomado juntos, pactados previamente para estar en la siguiente portada de Proceso.
 
El periódico español El País sintetizó muy bien lo ocurrido esta vez: “Nació pobre, jamás buscó problemas y quiere morir en paz. Con este retrato seráfico, el despiadado Joaquín Guzmán Loera, El Chapo, se quiere presentar al mundo”… a través de la propaganda que a su causa le hace la revista Rolling Stone.
 
En medio de este debate, se encuentra una sociedad mexicana que cree varias cosas, fundamentalmente dos: que este es un “montaje” del gobierno para desviar la atención de la caída del peso, y que a Guzmán Loera se le debe de extraditar de inmediato hacia los Estados Unidos. Las dos posiciones reflejan las dos caras de una misma moneda, la desconfianza en el gobierno de Enrique Peña Nieto.
 
A los editores de este blog, lo que nos queda claro:
  1. Ni la libertad de prensa (que daría el beneficio de la duda a Sean Penn) ni la libertad de empresa (que beneficiaría a Kate del Castillo) operan en este asunto. En el primer caso, porque no puede hacerse periodismo si el entrevistado impone condiciones y se niega al periodista la posibilidad de indagar, como se lo negó El Chapo al actor que ya ha entrevistado a personajes como Fidel Castro y Hugo Chávez. Por la otra parte, sostener que la relación de Kate del Castillo (nacionalizada recientemente como americana) era de negocios, supondría pensar que el dinero que le facilitaba el capo a la actriz para conseguir actores y guionistas para la película autobiográfica que soñaba, era de origen lícito. Y no lo era.
  2. Lo que ahora conocemos, se fraguó con mucho tiempo de anticipación, y por lo que se ve, con muchos recursos económicos y políticos; era un plan para poner de rodillas al gobierno de México. Incluía la entrevista en Rolling Stone, y por supuesto la película. Los cálculos del Chapo y de sus aliados en contra de Enrique Peña Nieto, era lanzar ambos, entrevista y película, cuando el mayor narcotraficante del mundo estuviera en libertad.
  
Hoy todo mundo se pregunta si se va a llamar a cuentas a Kate del Rivero y a Sean Penn. Los mexicanos esperamos que sí. No por un tema de venganzas o para cubrir ineficiencias gubernamentales; mucho menos, para desviar la atención de problemas que también deben preocuparnos. Sino como un elemental ejercicio de dignidad: el gobierno no puede aceptar que un criminal se burle de las instituciones y opere libremente como intentó operar hasta hace poco el hoy seguramente pronto extraditado Joaquín Guzmán Loera.
 
No todos los periodistas se dejan seducir por delincuentes
  
En 2010, Raymundo Rivapalacio desechó una oferta del capo Joaquín Guzmán Loera para una "entrevista". A diferencia de Julio Scherer, que aceptó reunirse con otro narcotraficante en su guarida, el columnista de El Financiera desechó la idea porque argumentó que personajes así no garantizan la libertad de expresión que requiere un comunicador para hacer su tarea. Y le dijo No, gracias. Este es el testimonio histórico de aquella decisión:
  
 
Cuando le dije a 'El Chapo' que no
  
¿Qué papel le toca a los medios mexicanos en la Guerra en contra de los narcotraficantes?
  
Hace una semana y media comenzó un debate en México apasionado, pero sin argumentos. El decano del periodismo mexicano, Julio Scherer, fue invitado por uno de los jefes de narcotráfico, Ismael "El Mayo" Zambada, porque, le dijo claramente, quería conocerlo. De su plática, Scherer reprodujo en su revista Proceso juicios de valor de Zambada, sin que le hiciera preguntas -de acuerdo con lo que difundió- sobre ningún tema que justificara el valor de esa charla. La forma chocó con el fondo, y se incendió la opinión pública en una discusión maniquea: golpe periodístico (por tomarse una fotografía con un sujeto buscado por el gobierno mexicano), o mensajero del narco (por difundir acríticamente su dicho).
  
Llevamos días persiguiendo nuestra cola sin entrar a discutir, en fondo y forma, cuál es el papel de los medios y los periodistas en la guerra contra las drogas. ¿En dónde está la frontera entre el deber de informar y ser informado, y el deseo de entretener y ser entretenido?
 
En 2008, cuando tuve la oportunidad de dirigir editorialmente uno de los principales periódicos de la ciudad de México, dos editores, apresurados, me dijeron que Joaquín "El Chapo" Guzmán, que se había fugado de una cárcel de máxima seguridad en 2001 y quien junto con Zambada encabeza el Cártel de Sinaloa, había ofrecido darle una entrevista a una reportera, y querían mi visto bueno para comunicar a los intermediarios que la haríamos y, sobretodo, que la publicaríamos. Mi respuesta inmediata fue no. Replicaron que sería un "golpe periodístico", e insistí en que no. ¿Cuáles eran las razones? Se las expuse:
  
1.- ¿Cómo sabíamos que no era una trampa para la reportera, veterana en coberturas delicadas y que en el pasado ya había sufrido amenazas? ¿Cómo garantizar su vida?
  
2.- Suponiendo que no fuera así, ¿qué sucedería en el hipotético caso de que poco después de la entrevista "El Chapo" Guzmán se topara con fuerzas de seguridad, tuviera un enfrentamiento o inclusive si lo arrestaran? Sus socios iban a pensar que la reportera había "puesto" (entregado) al narcotraficante. Es decir, la vida de la reportera estaría en serio peligro.
 
3.- La siguiente pregunta necesaria era ¿por qué nos ofreció la entrevista? Uno de los editores respondió que Guzmán quería enviar un mensaje, aparentemente al gobierno de Estados Unidos, de que estaba dispuesto a entregarse. Esa afirmación tendría un valor periodístico, en efecto, pero al final de cuentas, era un mensaje que quería transmitir, y no era una declaración obtenida de una entrevista que se hubiera solicitado, que se hubiera trabajado, que en el proceso se hubiera persuadido a un criminal de hablar abiertamente con la prensa. Desde mi punto de vista, los términos de una charla con cualquier interlocutor cambia radicalmente si es una invitación -donde de antemano se aceptan las condiciones del entrevistado-, o si se convence al interlocutor de dar la entrevista -donde éste es el que acepta las condiciones-. En la primera, el riesgo de que sea propaganda es alto; en la segunda, dependerá de la habilidad del entrevistador para que no sea.
 
4.- Si aceptáramos la invitación, proseguí hipotéticamente, y la reportera decidiera -como estaba seguro que lo haría- a preguntar sobre los temas relevantes que tendría que explicar un capo del narcotráfico como Guzmán -como lo que desde entonces se habla de que él está protegido por el gobierno federal-, ¿cómo garantizar la seguridad de ella en la entrevista? Si aceptábamos los términos de la invitación, aceptábamos también que se publicaría, y en ese sentido, sólo lo que él dijera podríamos difundir. Si no contestaba lo que ella le preguntaba, el material que saldría a los lectores sería el equivalente a un boletín de prensa, muy espectacular por la fuente, pero sólo eso.
  
5.- Para efectos de argumentación planteé que si todo eso fuera superado e hiciera las preguntas necesarias, ¿qué sucedería si a Guzmán no le gusta el resultado final? La vida de la periodista podría estar en peligro, y estaríamos abriendo la puerta del periódico para represalias del narcotráfico
  
6.- Pero si el producto publicado le satisficiera y no hubiera problema posterior con él, la pregunta era ¿qué pensarán sus rivales en el narcotráfico? Dudo, como algunos creen, que exigirían un espacio similar para decir lo que quisieran. En la mecánica de la mente de los narcotraficantes, es más probable que piensen que nos habíamos aliado con el Cártel de Sinaloa. En cualquier caso, abriríamos la puerta al narcotráfico y seríamos un capo más de sus batallas sangrientas.
  
En la suma final de considerandos, no alcanzaba a ver el final del túnel que garantizara la seguridad para la periodista, que dejara blindado al periódico frente a venganzas o complicidades asumidas de los narcotraficantes, y que pudiéramos tener la certeza de que el producto final tuviera un valor periodístico tan grande que, como en ocasiones se toman decisiones éticas, se hicieran de lado todas las consideraciones por el bien mayor que se iba a alcanzar. El rechazo a la invitación de "El Chapo" no tuvo posteriores represalias.
 
A casi dos años de distancia, Scherer, cuyas consideraciones aún no ha explicado con claridad para ir al encuentro con Zambada, tomó el camino contrario. Criticarlo o alabarlo sin sustentar la posición que lleva a esa conclusión, no lleva a nada constructivo. Es cierto que Scherer quedó a deber contenido periodístico, como también lo es que Zambada pudo enviar sus mensajes encriptados: sigue operando, sigue vinculado a Guzmán, vive a salto de mata, lo que significa que la guerra contra el narcotráfico sí lo ha afectado, y no quiere meterse en lo personal con el Presidente.
  
Más allá de loa anecdotario, el encuentro de Scherer con Zambada representa una gran oportunidad para abrir el debate, no sólo sobre la forma sino sobre el fondo de lo que ello significa. Pero hasta ahora, la discusión pública no ha aportado argumentos, razones o ideas que permitan comprender cuál debe ser el papel de los medios de comunicación en esta lucha.
 
Este es un debate que ayudaría a establecer un gran marco de referencia que acote la anarquía informativa que se vive actualmente, así como los antagonismos en la opinión pública y la polarización social que generan. Permitiría confrontar las ideas sobre el derecho a informar por parte de los medios y el derecho a ser informado de la ciudadanía, contra lo que a veces sucede, de manera cada vez más frecuente: el deseo de entretener de los medios, y el de la sociedad de ser entretenido. Sin embargo, esta discusión no ha comenzado. Parece no haber urgencia de reflexionar sobre este tema. Es demasiado complejo y hay que pensar mucho. Para qué hacerlo, se podría alegar cínicamente, si como estamos hasta parece que vivimos felices.
  
 

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